domingo, noviembre 12, 2006

Pensar en mi padrino era y sigue siendo pensar en mi muñeca



Pensar en mi padrino, era y sigue siendo, pensar en mi muñeca.

La conocí y me enamoró a mediados de octubre, en un día de mercado, muy cerca ya de las fiestas de muertos.

Era día de mercado grande y él estacionó su chevrolet 38 enfrente de La Violeta. ¡Quien no conoce en Oaxaca el nombre de La Violeta! y menos ha de olvidarse cuando se acercan las fiestas de diciembre, posadas, navidad y reyes.

Al pasar frente al aparador, de entre todas las bellezas que ahí había, la miré al primer golpe de vista.

Me pareció que estaba triste. Todas alrededor tenían bucles dorados o castaños, mejillas de porcelana y ojos azules o de ámbar. Mi nena tenía el pelo corto y ensortijado. Era del color del sabroso chocolate, sus labios gordezuelos no sonreían. En el pequeño hoyo de su mejilla, se perdía una lágrima que había dejado un surco brillante antes de perderse en su hondura.

Era mía, lo era. Nunca había visto una muñeca tan bella. Ninguna niña podría amarla tanto como la amé desde ese momento. Y es que me habló en un lenguaje que sólo ella y yo conocíamos.

—Mira Inito— Grité cuando pude salir del arrobamiento. —¿La viste Inito, la ves? Dime que no es linda. Ay Inito cómpramela por favor, cómpramela—. Insistía mientras tironeaba de su manga.

—¿Ya nos tenemos que ir? ¿Por qué tan pronto? ¿Qué no ves que no quiere quedarse sola? Ay Inito ¿me la vas a comprar verdad? No seas malito.

El sonrió con ese aire de complicidad que tan bien conocía y aunque no dijo nada, con el calor de su sonrisa me despegué de ahí con el corazón al galope, no sin antes lanzarle una última mirada. Tenía que grabarme sus facciones, el vestido que llevaba, no quería una igual, la quería a ella, la que sabía de mí, como yo de ella.

Desde Octubre a diciembre, con gran paciencia mi Ino me llevó cada sábado a saludarla. Corría para llegar antes que él al aparador de la tienda, y cosa curiosa, nunca estaba en el mismo lugar, cada semana tenía que buscarla con desesperación y el me ayudaba porque la habían mudado. Cada sábado era lo mismo, le prometía volver y alguna vez entre semana, logré convencerlo de ir, porque había soñado que alguien se la llevó y desperté llorando.

Nunca deseé tanto un regalo como ese año. Desperté antes que nadie y ahí estaba, aunque eso no me preocupaba, yo sabía que si los Reyes no me oían, mi rey mago no podía fallarme. Ese día al menos, mi dama me dejó jugar con mi muñeca de la mañana a la noche. Después, subió a ocupar su lugar entre mis mujercitas. Una vez que estuvo con ellas, dejó de hablar conmigo, se quedó muda, ella triste allá arriba y yo sin ella.

Ahora que lo menciono me resulta extraño. Cuando la dama me las entregó y las regalé a todas, ya después de casada, debo haberla entregado también —ni siquiera la mencioné— en medio de un ataque de sonambulismo, sólo así pude haberme deshecho de mi negra.

Pero el cuento de este cuento, es decirles que mucho después vine a saber que mi padrino compró a mi negra, al día siguiente de que la vimos, y era él, tan pingo como era, que había pedido que la mudaran de lugar cada semana, para luego ayudarme a encontrarla, tal como hizo aquel año en que me dio una bicicleta y la colgó arriba de la ventana, tan arriba que me costó trabajo encontrarla.

Mi negra y mi bicicleta, las dos tuvieron la misma suerte, ella arriba en la repisa y la bicicleta con llave en la despensa, curioso lugar para guardarla. Allá de cuando en cuando volví a tocarlas. Pero aprendí a que no importara. Al cabo a mi muñeca la había visitado y platicamos desde Octubre a Diciembre.

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Esta bellísima nena que debo haber encontrado en sus blogs, o en mis andanzas por imágenes en Internet, me trajo de vuelta a mi padrino y con él a mi muñeca. El Ino, transformación de padrino, ya se imaginarán que surge de una niña que empieza a hablar y no puede pronunciar bien las palabras. Desde entonces, yo ya vivía con ellos, con mis padrinos.

lunes, noviembre 06, 2006

Él era experto en frutas



Le llevé a mi padrino una canasta de frutas, cuando ya estaba muy enfermo.

Él, un experto para elegir la fruta, sabía de todas; pero baste que les cuente que a las sandías hay que golpearlas con los nudillos suavemente, recorriendo su piel para saber cuando están a punto para comerse.

Mientras hueco el sonido; madura la sandía. Pero el color ¿Cómo adivinaba el color?

Guardaba silencio, doblaba los hombros hacia adelante con la sandía sujeta entre sus manos. Sus ojos se achicaban haciendo más finas sus arrugas, se la llevaba cerca de la oreja y la sacudía girándola de atrás hacia adelante y adelante hacia atrás. De repente, volteaba cómplice a mirarme, mientras una sonrisa enorme iluminaba su cara. Yo entonces lo sabía:

Había encontrado la más roja del puesto.

La paraba de punta, abría su navaja de campo y la dejaba correr formando un triángulo; llegaba hondo, a la entraña entonces empezaba a escurrir y yo anticipaba el trozo que iba a saborear dejando correr su jugo desde mi barba, hasta los codos —me dejaba comerla así cuando iba con él al mercado— frente a mi madrina eso hubiera sido impensable

La fruta de su canasta, la fue comiendo poco a poco. Ya no tenía apetito, pero la fruta no admitía excusas.
Cuando murió sólo quedaba una manzana. Era roja y brillante. Con la piel tirante. Mi dama la guardó en el refrigerador, nadie hubiera osado comérsela.
Pasaron meses y no perdió brillo ni tersura.

Todos los días cuando llegaba a verla; mi dama, abría el refrigerador para dejarme ver la manzana; La tomaba entre mis manos y sin sentir suspiraba. Era inevitable tocarla y no pensar en él.
Mi consentido, a quien casi nunca nombro.

Tal vez es natural que una manzana perviva tanto tiempo. No lo sé ni quiero detenerme en ello. Como persigo la magia, me gusta pensar que esto es extraordinario, como si esa manzana hubiera dejado de serlo, para transformarse en su luz, la esencia de su vida.

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Gracias por leerme, tú das razón de ser a este blog