Por supuesto que no he dejado de amarlo.
Sigo estando orgullosa de él en muchos aspectos, pero aquella amistad que existió entre nosotros se ha perdido y quisiera aclarar el por qué de esto.
Por ser mujer a mí no se me concedió la oportunidad de estudiar, así que, aún cuando gozo de inteligencia natural, tengo mis limitaciones.
Hago lo mejor que puedo en las finanzas familiares y manejo nuestras empresas, pero he tenido desaciertos de graves consecuencias que durante un tiempo incluso disminuyeron el status económico familiar. Él se vio afectado mientras estudiaba en una universidad privada, que tuvo que abandonar y eso no lo asimiló bien.
Existe cierta dureza en él.
Falta de caridad para aceptar las limitaciones o defectos de las personas con quienes convive, sean amigos, hermanos, o los míos, que indiscutiblemente las tengo.
Asume en cambio una actitud permisiva respecto de los aspectos negativos de su propio carácter y esto me entristece.
Se olvida que antes que dominar a nadie debe ser su propio dueño.
Ningún defecto puede corregirse si antes no se reconoce ante uno mismo.
Admito que en su actitud general, tengo alguna responsabilidad por mi crianza. Pero se que él puede cambiar, superarse y superar obstáculos.
Dejo constancia de mi esperanza. Algún día volverá a ser, como lo añoro, mi mejor amigo.
Con esta esperanza, dejo la pluma.
Aunque la verdad, que difícil resultó pensar en cada decisión equivocada, reconocerlas, y medir sus consecuencias. Estoy triste. He tratado de ser honesta aunque no sé como voy a afrontar el trago de mostrarlo. Escribir esto me ha puesto ante los ojos una imagen de mi, distinta a la que hasta ahora tenía, lo que aquí digo, no me deja bien parada como madre, y ese era el papel que yo pensaba haber desempeñado mejor, pero cumplo al menos, con el que fue nuestro propósito al iniciar estas introspecciones, decirme a mí misma lo que nadie escribiría, y también escribir aquello que a nadie se diría.
Cada una lo ha hecho, ¿que nos dirán aún Carmen, Antonia y María?